Corría el mes de enero del año 1886 cuando el ingeniero alemán Carl Friedrich Benz solicitaba la patente para el primer coche de combustión interna del mundo: El Benz Patent-Motorwagen. Se dice pronto.
Pensaréis que el éxito comercial fue inmediato. Normal. ¿Quién, hoy en día (que no sea el ministro de hacienda de turno), piensa en un coche como en otra cosa distinta a un bien de primera necesidad? Aún no terminamos de calzarnos como echamos mano del bolsillo para asegurarnos que estén las llaves del coche, aunque sólo salgamos a comprar el pan a la panadería de la esquina: Es instintivo. Pero estamos hablando de 1886, y entonces nadie sabía lo que era un coche a motor, y pensar que estaba construido sobre la base de un combustible (sí, combustible: material que puede arder con facilidad) que impulsaba el movimiento del motor y éste a su vez impulsaba al coche a moverse según un ingenio llamado volante, era todo excesivamente complicado y sonaba claramente peligroso; y el de Carl Benz no fue un perfil especialmente original en este sentido: Hombre de gran talento, sin duda, no fue en cambio capaz de entender la importancia de la promoción comercial de su trabajo para el éxito del mismo. Y así, tras todo el esfuerzo realizado para la realización de su sueño, el Patent-Motorwagen resultó ser un fracaso comercial.
Pero ya saben lo que dicen: Detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer. No sé si siempre es así, la verdad; pero sin duda, sí lo fue en este caso: Cäcilie Bertha Benz («Ringer» de soltera) decidió tomar cartas en el asunto.
Habían pasado dos años desde el primer ingenio de su esposo, quien había patentado ya el tercer modelo; pero el éxito no llegaba.
Temeridad o determinación, Bertha Benz decidió demostrarle al mundo que el invento de su marido era una genialidad; y así, en 1888 y en compañía de sus dos hijos de 15 y 13 años, realizó el primer viaje de larga distancia por un coche de combustión. Desde Mannheim hasta su pueblo natal, Pforzheim, recorriendo las rutas de caballos de la época y demostrando a su vez que el coche podía transitar por ellas.
El viaje, de sólo 106 km, fue todo un éxito promocional. Todo el mundo pudo ver cómo funcionaba el ingenio y lo práctico y sencillo de utilizar que resultaba; extendiéndose la idea de que si una mujer había sido capaz de viajar exitosamente en él cualquiera podía hacerlo.
Queda para el anecdotario que la primera estación de servicio fuera una farmacia. El viaje de Bertha Benz cambió el mundo para siempre.
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