Cuando Luis XVI subió al cadalso en la helada mañana del 21 de enero de 1793, París contuvo el aliento. Instantes después la hoja de Madame Guillotine hizo lo propio: Cayó sobre el cuello del monarca. Veloz, implacable, silbando en el aire y dejando el regusto amargo del golpe seco sobre la madera tras el crujir de los huesos y la carne que se pudo escuchar en la primera fila. Y París entero se echó a la calle a celebrar su muerte. ¡Adieu, Capeto, adieu! ¡Al fin libres! ¡Fiesta! ¡Alegría! Pero cuando se acabó la fiesta, Francia entera buscó entre…
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